comen murciélagos los gatos. iteraciones infinitas, ensamblajes futuros.

Plásticos, metales, pantallas, ganchos de grúa y reflejos se hibridan con el espacio y conforman un todo. Como en un espejismo o en una persistencia retiniana, las formas respiran, las imágenes digitales iteran y, al menos por un instante, dejan entrever algunas capas materiales que las conforman adquieren un cuerpo y se desplazan por el espacio. Se configura un clima ambivalente y extraño del futuro, en el que inevitablemente, quien visita la sala, se vuelve parte de él. 

“La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya va a extinguirse, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados” 

Oliverio Girondo, Si hubieras sospechado lo que se oye, 1932

– Si nos abstraemos lo suficiente podemos intuir cómo comenzó todo –pensó en voz alta– Un punto en el espacio y de repente. Las cosas eran más monótonas en ese entonces, naturalmente. Estaban ordenadas, todas en un sitio. A veces es impensado cómo evolucionan, la manera en que cambian de forma, casi sin transición, entre una atmósfera densa y opaca hacia una transparencia diáfana. Cómo aquellas imágenes de vacío se reflejaban en otras orgánicas, de brazos y cartílagos que se expanden desde un centro oscuro hacia todas direcciones. 

Realmente le daba nervios pensar en todo esto, pero en cierta forma no podía evitarlo. Si tuviera otra cosa en la que ocupar su mente. Los días pasaban uno tras otro, lo sabía por el paso de las horas, pero la luz no cambiaba. Veía al planeta a la distancia, sobre la pantalla, aquél pálido punto azul ya tantas veces nombrado, como una neurona perdida en una cabeza inmensa, entre pantallas brillantes con imágenes abstractas repitiéndose en loop. 

Se dirigió a la otra sala. Todavía había cosas que hacer, informes que transcribir, resultados que diagramar, pero más que nada necesitaba ver lo que habían encontrado. Todo era mediado allí, sin contemplación directa, le habían dicho que era peligroso. Miraba todo por medio de pantallas, a veces traducido a códigos y símbolos. Es el problema de la mediación, siempre dependemos de alguien. El mensaje se codifica detrás de intermediarios, como ver la realidad a través de un espejo, sabés que es una ilusión pero te deja de importar, como un insecto que busca su camino a casa. Si, como dijo J., no hay verdad más allá de lo real, entonces no hay nada más allá de ella. Sentía que podía atravesar la pantalla vacía, esperar o ser devorado, por suerte siempre había un cable o cuerda que le sujetaba a las paredes. 

Hace semanas no miraba sus manos, encapsuladas en estas membranas de plástico blanco. El frío y la radiación hacían inseguro exponerlas al aire libre. A veces se preguntaba si seguirían allí, si ya se habían desmaterializado. Todo se sentía desvanecer en ese lugar. La falta de gravedad que le acompañaba desde hacía semanas. Sin embargo, había algo que seguía operando en lugar de sus manos, moviendo los dedos sobre la pantalla, como un cascarón vacío, desconectado de su cuerpo. 

Finalmente llegó hacia lo que estaba buscando. Una masa densa, como una bola de pelos de gato regurgitada y rota, que se derretía bajo la luz blanca. Parecía como si alguien o algo hubiera salido de aquella especie de huevo. ¿Dónde se escondía? Quizás era al contrario, pensó. Quizás las cosas van tomando forma a medida que uno las mira, quizás todo es inmanente, quizás todo encuentre su forma después de tres, cuatro o cinco parpadeos. 

Santiago Colombo Migliorero